martes, 27 de octubre de 2009

Jeremías: (2ª de 2 partes)


Profeta durante la decadencia.


El principal problema para Jeremías fue que la gente no lo comprendió ni le quiso hacer caso. De los cinco reyes en cuyo tiempo tuvo que vivir, sólo uno le hizo caso: fue el piadoso rey Josías, que se propuso restaurar la adoración a Jehová en todo el país y se dejó ayudar de Jeremías para entusiasmar al pueblo por Dios. Pero los otros cuatro lo despreciaron y no quisieron atender a los avisos que él les deba en nombre de Dios.

El oficio de este profeta era anunciar al pueblo y a sus gobernantes que si no se convertían de sus maldades tendrían espantosos castigos y la ciudad sería destruida y ellos muertos o llevados al destierro.
Esto lo gritaba él continuamente en el templo y en las calles y plazas. Pero la gente se burlaba y seguían portándose tan mal como antes.

El rey Joaquín quemó las profecías que había mandado escribir Jeremías, y este tuvo que hacerlas escribir otra vez. En tiempos del rey Sedequiás encarcelaron al profeta y lo metieron en un pozo muy profundo lleno de lodo, y casi se muere allí, y probablemente estar allí en tan grande humedad debió afectarle mucho la salud.

Muchas veces Jeremías clamaba a Dios diciendo: "Señor, estoy cansado de hablar sin que me escuchen. ¡Todos se burlan de mí! Cuando paso por las calles se ríen y dicen: ‘Allá va el de las malas noticias’. ¡Miren al que regaña y anuncia cosas tristes!

Muchísimas veces fue amenazado de muerte por seguir profetizando la palabra de Jehová en contra de la ciudad y los gobernantes. Pero Dios le anunció: " y te pondré por muro fortificado de bronce, y pelearan contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte, y para defenderte, dice Jehová" (Jeremías 15:20). Y Jeremías no se acobardó y siguió predicando.

Nadie como Jeremías ha sentido en su corazón y vivido en su propia carne el drama de su pueblo.

Dicen que el profeta Jeremías fue en la antigüedad el que más se asemejó a Jesús en sus sufrimientos y en ser incomprendido y perseguido.

Solamente después de su muerte reconoció el pueblo la gran santidad de este profeta. Y cuando todas sus profecías se hubieron cumplido a la letra, se dieron cuenta de que sí había hablado en nombre de Dios. Lástima que lo reconocieran cuando ya era demasiado tarde.


Hermano José Carlos Castillo Zepeda.

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