viernes, 30 de octubre de 2009

La encarnación de Cristo (Mt. 1:18-25)


Recordemos que el propósito principal de Mateo, es el de convencer al pueblo judío, de que Jesús es el Mesías prometido. Le dice a José que María daría a luz un hijo, que este había sido engendrado por el Espíritu Santo, le aclara cual será su nombre JESÚS (Salvador), porque él salvaría a su pueblo de sus pecados. Tal vez aquí radica el error del pueblo judío, ya que ellos esperaban a un rey, un rey con toda pompa como generalmente la tenían los reyes de la tierra; pero Cristo, les dice Mateo, no era ese salvador que los habría de librar del pueblo romano como ellos lo esperaban, sino que los salvaría de sus pecados, es decir de la ira venidera, de la condenación. Y para que no hubiera lugar a dudas, les explica que el nacería de una virgen, de acuerdo a lo dicho por el profeta Isaías 7:14, de una virgen, es decir de una doncella que aún no hubiera conocido varón, por eso recordemos que María había concebido del Espíritu Santo, antes que se juntase con José. Que significaba este nacimiento además de cumplir las escrituras:
1.- Había de nacer de una virgen para ser manifestado en carne y mostrar pureza espiritual.
2.- Para mostrar que Cristo es el Salvador y mediador entre Dios y los hombres, ya que el nombre que se le da es Emmanuel (Dios con nosotros), participando de nuestra naturaleza e interesado en nuestra salvación.
Despertando José del sueño. Hizo como el angel del Señor le había mandado, obedeció a la voz de Dios dicha por el angel, y recibió a María, se caso con ella, pero no la conoció, hasta que dio a luz a su hijo primogénito, a Cristo Jesús, el Salvador del mundo, el primer paso para que Cristo hiciera su obra en este mundo estaba hecha, Cristo Jesús había nacido en carne, recordemos el ya existía el es ayer y hoy y por los siglos, no empezó a existir cuando vino en carne, él ya existía desde el principio. Que gran bendición no solo para el pueblo judío sino para todo ser humano, ya que al nacer el Hijo de Dios, nacía la esperanza de que el hombre pudiera reconciliarse con Dios.

Continuará...
Hno. Artemio A. Gonzélez Treviño

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